Mis novelas

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lunes, abril 10, 2023

MAO ZEDONG

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En Hunan, provincia del entonces Imperio Chino, nació, en 1893, un campesino que cambiaría la historia de su enorme país e influiría en la de muchos otros. Se trata de Mao Zedong, o Mao Tsé Tung, el “Gran Timonel” del comunismo oriental.

Desde su infancia, pensó Mao que no estaba bien resignarse a las desigualdades e injusticias en que vivía la gente del campo chino, oprimida no solamente por los aristócratas, sino también por el colonialismo inglés y el conflicto permanente con los japoneses. Así pues, se unió, con apenas 18 años, a las fuerzas nacionalistas del Kuomitang que, tras la Revolución de Xinhai de 1911, proclamarían la República China. 

Sin embargo, el espíritu rebelde de Mao Zedong no se conformó ante la realidad de esa república que elevó al poder a una nueva clase política autoritaria, represiva, que muy poco había hecho por el pueblo, y buscó respuestas en la doctrina marxista y en la realidad soviética. Se convirtió en el líder del Partido Comunista e inició una comunicación epistolar con Stalin, a quien consideraba su maestro. 

Sus innegables dotes y habilidades políticas lo hicieron sobresalir y conseguir muchos seguidores en poco tiempo. Adquirió prestigio entre los intelectuales, poniendo sobre papel, a través de diversas publicaciones, y de sus elocuentes discursos, ideas que transformaban y adaptaban las teoría marxistas a la realidad de su país.

Su consagración como líder la logró al guiar la llamada “Larga Marcha” del Ejército Rojo, un recorrido de más de 12, 500 km en 370 días, por caminos de todo tipo y, muchas veces, bajo condiciones climáticas extremas. Fue una estrategia genial; no sólo huyó del gobierno del Kuomitang, sino que expandió el movimiento comunista a través del largo recorrido; gracias al respeto a las comunidades que iban visitando y el espíritu de lucha y de constancia que llevó a muchos de esos campesinos a unirse a él.  También le valió el apoyo y respeto de Stalin, sin el cual no habría conseguido que, en 1949, Chiang Kai-shek y sus allegados se exiliaran en Taiwán.

Parecía el final feliz de un cuento de hadas; sin embargo, una vez adueñado del gobierno, Mao se aferró al poder y se enfermó de autoritarismo y, también, empezó a ver las cosas sólo desde su ángulo y a responder de manera represiva y cruel a los disidentes, como ha sucedido a todos los dictadores.

Durante las casi tres décadas de su gobierno hubo, por supuesto, importantes logros, como la mejora en la salud pública, la universalidad de la educación y el haber posicionado a China como una de las potencias principales del mundo. Pero el costo fue altísimo: millones de personas fueron enviadas al campo a realizar trabajos forzados. También por la fuerza se obligaba a los obreros a cumplir jornadas inhumanas. Se desató una gran hambruna que cobró millones de víctimas. Ente hambre, ejecuciones y desplazamientos forzados, se estima que murieron más de 30 millones de personas.

Su influencia no terminó con su muerte, en 1976. El culto a su persona, iniciado en vida, se vitalizó con su fallecimiento y fue aprovechado por la Revolución Cultural, para proteger el sistema comunista. La cultura de la denuncia, arraigada entre los chinos, siguió provocando detenciones, purgas, censura, tortura y fusilamientos. 

El Maoísmo, como se llama a la variante del pensamiento comunista instaurado por Mao Tsé Tung, se extendió no solamente en la mayor parte del Lejano Oriente, sino también en muchos países de América Latina. 

Algunas de las claves del éxito de esta forma de hacer política son: la exaltación de la clase campesina, el uso y elogio de la cultura popular, denostando la llamada cultura de las élites; la denostación del modelo capitalista y de toda persona catalogada como conservador o rico. La satanización de la clase burocrática anterior a su gobierno, simulando que, en su administración, no la había. La exaltación del nacionalismo a ultranza. Una nueva interpretación de la historia, editando y forzando conclusiones para adaptarla al nuevo modelo. 

También, idealizar la ignorancia, disfrazada de elogio a los campesinos que, en palabras de Mao, poseen la cualidad de ser: hoja de papel en blanco que no tiene manchas, por lo que las palabras más nuevas y hermosas se pueden escribir en ella… ¿Les suena familiar?

Para acercarse a la China de esos tiempos, me vienen a la mente dos lecturas imprescindibles: La buena tierra, de Pearl S. Buck y Cisnes Salvajes, de Jung Chang; en cine, la película El último emperador, dirigida por Bernardo Bertolucci en 1987.

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