Mis novelas

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jueves, mayo 18, 2023

EL DUCE

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Parecería que, durante el siglo XX, las estrellas se mostraban propicias para la aparición de figuras terribles, como las que hemos traído últimamente a este espacio: los dictadores.

Entre ellos no podríamos omitir a uno de los más icónicos y, por desgracia, admirado e imitado por otros suspirantes del autoritarismo. Se trata del italiano Benito Mussolini, creador del sistema fascista y modelo, entre otros, del terrible Adolf Hitler.

Mussolini, nacido en 1883 en el seno de una familia humilde, era maestro de profesión. Sin embargo, albergó desde muy joven inquietudes políticas. Poseía una enorme sed de conocimiento y también de acción. La primera hizo de él un ávido lector; la segunda, un rebelde activista.

Su primera militancia fue en el ala radical del Partido Socialista Italiano. Llegó a ser secretario provincial en Forlì y editor del semanario La lucha de clases y, al poco tiempo, del periódico milanés Avanti, órgano oficial del Partido.

Durante la Primera Guerra Mundial, los socialistas llamaron a la neutralidad, es decir, a que Italia se abstuviera de entrar en el conflicto. Entonces Mussolini, a través del periódico, se mostró abiertamente belicista. En consecuencia, fue expulsado del Partido.

Astuto como era, aprovechó la coyuntura para fundar su propio periódico, Il Popolo d’Italia, de tendencia ultranacionalista (financiado por su amante en turno, Ida Dalser, una de sus víctimas femeninas). En 1915 se enroló voluntariamente en el ejército y fue al frente hasta que lo hirieron.

Tras los Tratados de Versalles, la frustración y el enojo se apoderaron de los italianos. De nada había servido su sacrificio al entrar en la Guerra: habían perdido muchas vidas y recursos, había pobreza y hambruna, el movimiento obrero provocaba huelgas en todo el territorio y los campesinos ocupaban las tierras en lugar de trabajarlas, exigiendo mejores condiciones salariales y humanitarias.

El momento era perfecto para lanzar un discurso político diferente: no era el socialismo o el comunismo el camino para mejorar las condiciones de vida de obreros y trabajadores, proclamaba Mussolini, sino la ley, el orden y la unión de todos los italianos, recordando que eran herederos del gran Imperio Romano.

Fundó entonces el Partido Nacional Fascista, organizado en grupos de acción o fascios, el cual obtuvo 35 escaños en la cámara de diputados.

El gobierno, claramente incapaz de controlar todos los problemas del país, decretó la disolución del Parlamento. Clima perfecto para la gran apuesta de líder fascista: La marcha sobre Roma, una gran caravana de sus partidarios, los camisas negras, a los que se fueron sumando más y más desde todos los puntos de Italia para llegar frente al rey el 29 de octubre de 1922, exigiendo que nombrara, a Benito Mussolini, Primer Ministro con poderes de emergencia para restaurar el orden. Así inició una de las dictaduras más famosas de la historia, que utilizó, como todas, la violencia, el espionaje y el terror para acabar con sus adversarios. 

Además de su inteligencia, sagacidad y falta de escrúpulos, el Duce (como se conocería a Mussolini en lo sucesivo), usaba con eficacia su arma principal: la elocuencia, una capacidad de oratoria única. Sus discursos (que escribía y practicaba personalmente) lo convirtieron en un modelo a seguir por otros de su tiempo, empezando por Hitler, y por muchos en los tiempos siguientes, incluso hoy.

En opinión de varios analistas, se inspiran con frecuencia en el Duce políticos como Trump, Bolsonaro y Salvini, por nombrar a algunos (y quizá uno más cercano…) pero seguramente muchos otros de marcado aliento autoritario y con una egolatría inocultable, se sueñan hipnotizando a las multitudes, como lo hacía él desde el balcón del Palacio Venecia, en Roma.

La ideología de Mussolini (como sucede con sus imitadores) era incoherente; para ocultar sus contradicciones se apoyó en una retórica insistentemente nacionalista, de culto a su persona, xenofóbica y exaltadora de un pasado glorioso que prometía recuperar.

Aunque su ascenso se había apoyado en la clase obrera, suprimió el derecho a la huelga y a los sindicatos, tanto obreros como patronales, creando corporaciones que controlaba el gobierno.

Manipulaba al país a través de la educación de credo fascista, los medios de comunicación y la vigilancia o espionaje de la sociedad. Pero era convincente. Tanto, que la mayoría de los italianos se sentían eufóricos, pensando que su patria había resurgido para convertirse en una gran potencia.

Entró el país fascista, de la mano de los nazis, a la Segunda Guerra Mundial. Pero Italia cayó antes, pues las tropas aliadas invadieron primero Sicilia y luego la península, hasta obtener la rendición, en 1943. No fue Mussolini quien se rindió; él había sido destituido unos meses antes y, rescatado por los nazis, dirigía en el norte un gobierno títere de Hitler, la llamada República de Saló.

En 1945, ante la derrota de Alemania, el Duce intentó huir a Suiza, pero unos partisanos lo detuvieron y lo asesinaron junto con su amante, Clara Petacci.

Para acercarse a esta historia que, desde mi opinión, es muy interesante, les recomiendo la película La amante de Mussolini (Vincere en italiano), dirigida por Marco Belocchio, y mi novela Volver a Roma, que narra la relación entre Benito y Clara o Claretta, una joven de trágico destino.


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