Mis novelas

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miércoles, mayo 10, 2023

MADRES PRIMIGENIAS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Más allá de la historia científica, Ahí donde las fronteras entre mito, ficción y creencias religiosas se funden, hay en toda cultura una figura materna, una madre primigenia de donde provienen todos los seres que poblaron la tierra. 

Una de las culturas más antiguas de la humanidad, la egipcia, creía que Isis o Ast, melliza y esposa de Osiris, era la diosa madre, la fuerza fecundadora de la naturaleza. Gracias a la abnegación y el poder dador de vida de esta diosa, pudo recuperarla su esposo, quien había sido descuartizado por su envidioso hermano Seth. Pero Isis recorrió el Nilo, recogió los pedazos, los unió y les dio nueva vida. En ese acto amoroso concibió a Horus.

En nuestra raíz judeo-cristiana, la primera mujer es Eva, la esposa de Adán, creada a partir de la costilla del primer habitante del Paraíso. Hay quienes sostienen que Eva fue, en realidad, la segunda mujer de Adán, pues Dios había creado a Lilith, ente femenino de la primera pareja humana, igual en capacidades y en autoridad a Adán, con quien nunca logró ponerse de acuerdo y terminó abandonándolo, por lo que el Creador hizo a Eva, más dispuesta a la vida marital y a la maternidad. En su paradisíaco romance, procrearon a Caín y a Abel, los hermanos mal avenidos cuya rivalidad terminó en el primer fratricidio. Con esa pena, que se sumó a la expulsión del Paraíso que, seguramente, Adán nunca perdonó a Eva, culpable del antojo de la manzana, esta madre primera debe haber terminado sus días bastante frustrada y amargada.

Para la cultura greco-latina es Hera, melliza de su esposo Zeus, quien se identifica como madre primera, fértil progenitora de dioses y semidioses. Hera y Zeus se casaron a fuerza: el dios había violado a su hermana y tuvo que reparar el honor. Pero fueron, según cuenta la mitología, una pareja muy mal avenida, que pasaba la vida entre infidelidades, intrigas y venganzas. 

El pensamiento náhuatl definía como madre de todo lo creado a Ometecuhtli, la diosa dual de Ometéotl, señor y señora de todas las cosas. De esta concepción deriva la diosa Tonantzin, “nuestra madre”, cristianizada durante la Colonia como la Virgen de Guadalupe, de acuerdo con la creencia en la aparición de la Virgen justo en el mismo sitio donde había un adoratorio para esa diosa indígena. Fray Bernardino de Sahagún explica: “en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacen muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas”. 

Así pues, no hay cultura sin la creencia de una madre primigenia, madre de los dioses y señora de la fertilidad. Curiosamente, en todos los casos se considera una melliza, una igual a la vez que pareja de un dios masculino, es decir, se le concibe bajo el principio dual, más patente que nunca en la filosofía náhuatl. Esto lo comenta el propio Sahagún, preocupado: “Es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin sino Dios y Nantzin…” 

Es también común a todas estas figuras de la mitología universal la historia de desacuerdos y rivalidades con su pareja, su divina media naranja, así como la decepción por el comportamiento de los hijos. 

No cabe duda, amigas mamás, que los mitos no son más que la encarnación de las características de los humanos… ¡Felicidades en el día de las Madres!


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