Es
curioso que julio, el mes que transcurre, aglutine en el calendario varias
celebraciones de índole política, que han marcado la historia de la humanidad.
Hoy recordaremos el origen de los festejos del Día de la Independencia, que
nuestros vecinos del Norte, los Estados Unidos, llevan a cabo el 4 de julio.
Fue
un 4 de julio, en 1776, cuando las trece Colonias inglesas en América del Norte
declararon su independencia de la Corona Británica, con la promulgación de un
documento donde explicaban sus razones para esa decisión. La importancia de tal
declaración trasciende las fronteras de los hoy Estados Unidos, pues se trata
de la primera vez que se reconocen, en un documento, los derechos humanos
fundamentales:
Sostenemos como evidentes
por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que
son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos
están la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad. Que para garantizar
estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus
poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que
una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene
derecho a reformarla o abolirla…
El
autor principal de este histórico documento fue Thomas Jefferson, un acaudalado
terrateniente y abogado de Virginia. Delegado al Congreso Continental, y
miembro de la comisión redactora, fue quien elaboró el primer borrador,
inspirado en las ideas de la Ilustración Francesa. Después de unos cuantos
cambios a esa primera obra, firmaron el documento final los 56 delegados,
representando a la totalidad de la nueva nación que emergía pujante y libre.
Pertenecían
a ese Congreso, formado por hombres destacados, cansados de obedecer reglas
añejas y compartir los recursos de su tierra con una Corona lejana y
desinteresada, personajes como George Washington, Benjamín Franklin y John
Adams.
Washington,
Adams y Jefferson, en ese orden, fueron los tres primeros presidentes de los
Estados Unidos.
Thomas
Jefferson y John Adams estuvieron unidos por una entrañable amistad en el
ámbito privado, pero en la esfera política se convirtieron en rivales, pues
compitieron por la presidencia en 1800, cuando Jefferson derrotó a Adams en las
elecciones, impidiendo su reelección.
A
estos dos hombres que la vida hizo coincidir en un capítulo vital de la
historia de su país, la muerte les llegó el mismo día, un 4 de julio de 1826,
cuando se cumplían exactamente cincuenta años de la Declaración de
Independencia.
Cuentan
los que allí estuvieron, que las últimas palabras de Adams, a quien nadie se
había atrevido a informar de la muerte de su amigo, cuatro horas antes, fueron:
“Thomas Jefferson está vivo”.
A Benjamín Franklin, la humanidad lo recuerda
como uno de los grandes entre los hombres universales de todos los tiempos.
Equiparable a Leonardo da Vinci, Franklin poseía una mente capaz de profundizar
en filosofía, destacar en política y, en el campo de la ciencia, legar inventos
que hicieron avanzar la tecnología, entre ellos la bombilla eléctrica, sin la
cual no sabríamos qué hacer hoy en día.
Nuestro
país se independizó unos años después que el vecino del Norte bajo la
influencia de las mismas ideas ilustradas y un hartazgo similar; sufríamos
también el abuso de poder que ejercía una corona europea insaciable e
insensible a la realidad de sus colonias.
Así
pues, julio, cuando se celebra no sólo la Independencia de Estados Unidos y de
algunos países de América del Sur que eran colonias españolas, sino también la
Revolución Francesa, es una buena fecha para reflexionar acerca de los derechos
inalienables de todos los seres humanos y de todos los pueblos de la tierra.
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