Lin Yu-T’ang (1895-1976) nació en China, pero recibió gran parte de su educación en Occidente. Escritor de novelas y de textos no ficcionales, es conocido por piezas que explican la China moderna a los lectores de otras culturas. Respetado profesor, enseñó en la Universidad Nacional de Pekín por varios años. También dirigió la división de Artes de la UNESCO. Sus libros incluyen “Mi país y mi gente” y “La importancia de entender”, de donde he tomado y traducido esta selección, que me encanta citar cuando hablo de por qué leer.
Quien
no tiene el hábito de la lectura está aprisionado en su mundo cercano, respecto
a tiempo y a espacio. Su vida cae en la rutina; está limitado a tener contacto
y conversación con unos pocos amigos y conocidos, y sólo ve lo que sucede en su
alrededor inmediato. De tal prisión no hay escape. Pero en el momento que toma
un libro, entra en un mundo diferente, y si es un buen libro, se pone en
contacto instantáneo con uno de los mejores conversadores del universo, que lo
conduce a un país diferente o a un tiempo distinto; lo sumerge en sus
sentimientos íntimos, o discute con él algún aspecto de la vida. Si continúa
leyendo, comienza a imaginar cómo lucía ese autor y qué tipo de persona
era.
Ser
capaz de vivir dos horas de cada doce en un mundo diferente, y llevar los
propios pensamientos fuera de los reclamos del presente inmediato es un
privilegio envidiado por la gente que permanece encerrada en su prisión
corporal. Dicho cambio de entorno es similar a viajar.
Pero hay mucho más
que esto. El lector siempre es llevado hacia un mundo de pensamiento y
reflexión. Aun si es un libro sobre acciones físicas, hay una diferencia entre
ver tales eventos en persona y leer acerca de ellos en los libros, porque
entonces los hechos asumen la calidad de espectáculos y el lector deviene un
espectador.
La mejor fórmula
para la lectura fue asentada por el poeta Huang Shanki: “Un estudiante que no
ha leído nada por tres días, siente que su charla no tiene sabor, y su propia
faz se vuelve odiosa en el espejo”.
Trataba de decir
que leer da un cierto encanto, que proviene de la esencia de la lectura, y sólo
esta clase de lectura puede considerarse un arte. Uno no lee para “mejorar su
mente”, pues cuando uno comienza a creer en mejorarla, todo el placer de la
lectura se ha ido. Nadie que lea un
libro con el sentido de obligación entenderá el arte de leer. Leer para
cultivar el encanto personal y el sabor en el hablar es la única forma
admisible de lectura. Ese encanto en la apariencia debe ser interpretado como
algo diferente a la belleza física. Lo que Huang quiere decir con “odioso a la
vista” no es fealdad física. Hay caras feas que tienen un encanto fascinante y
caras bellas que son insípidas.
En cuanto al sabor
en el hablar, depende de la manera de leer.
Tener o no ese condimento, depende del método de lectura. Si el lector
obtiene el sabor en los libros, lo mostrará en su conversación, y si tiene
sabor en la conversación, no tendrá problema para tenerlo también en sus
escritos. Considero sabor o condimento como la llave de toda lectura. Es obvio
que tal gusto es selectivo e individual, como el gusto por la comida.
En el leer como en
el comer, lo que para uno es un manjar para otro puede ser veneno. Un maestro
no puede forzar a sus alumnos a gustar de lo que él prefiere leer, y un padre
no puede esperar que sus hijos tengan los mismos gustos que él. Y si el lector no gusta de lo que lee, está
desperdiciando el tiempo. No hay pues, ningún libro que necesariamente deba ser
leído. Así nuestros intereses intelectuales crecerán como un árbol y correrán
como un río. Si tiene la tierra adecuada, el árbol crecerá; en tanto haya
manantiales que lo alimenten, el agua correrá. Cuando el agua tope con una
roca, le dará la vuelta; cuando encuentre un placentero valle bajo, se detendrá
por un tiempo; cuando se encuentre a sí misma en una hondonada, estará contenta
de quedarse ahí; cuando viaje entre rápidos, se apresurará. Luego, sin ningún
esfuerzo, es seguro que encontrará el mar algún día. No hay libros en el mundo que toda la gente
deba leer, sólo libros que una persona deba leer en determinado momento, en
determinado lugar y bajo determinadas circunstancias y en un periodo dado de su
vida. En verdad creo que la lectura, como el matrimonio, está determinada por
el destino. Aun si hay cierto libro que
todos deban leer, hay un tiempo para hacerlo. Cuando los pensamientos y la
experiencia no han alcanzado cierto punto para una obra maestra, dejará
solamente un mal sabor en su paladar.
¿Cuál es el
verdadero arte de leer? La respuesta simple es sólo tomar un libro y leerlo
cuando sientas ganas. Para gozarla realmente, la lectura debe ser enteramente
espontánea.
Te invito a unirte
a alguno de los grupos de lectura que coordino, a los que he titulado “Por el
placer de leer”. Escríbeme y te cuento dónde, cuándo y cómo.
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