El complejísimo conflicto, aparentemente
irremediable, que se dirime en Palestina desde hace décadas, ha exacerbado en
todo el mundo sentimientos antisemitas, esa animadversión ancestral por el
pueblo judío. Sentimiento que explotó y utilizó, durante el siglo pasado, el
movimiento nazi para manipular al pueblo alemán y a sus aliados y embarcarlos
en un holocausto que todavía hoy, a más de medio siglo, sigue avergonzando a la
humanidad.
Este 6 de agosto, se cumple un año más de un hecho
bélico sin precedentes: el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, al
que siguió otra sobre la ciudad de Nagasaki, dejando un saldo de muerte y
destrucción nunca antes visto por la humanidad. Con esto se puso fin a la
guerra más sangrienta de la historia, que reunió víctimas en varios rincones
del planeta. Las muertes de esos japoneses, casi todos civiles, se sumaron a
los 6 millones de víctimas judías, también civiles de todas edades, en los
campos de exterminación nazis. Deleznables hechos que nos muestran la terrible
crueldad de que somos capaces los humanos, la posibilidad de la demencia
colectiva y nuestra fatídica tendencia al racismo.
Concerniente al racismo, el tema del antisemitismo
es complejo, ancestral y atañe a casi toda la humanidad. Desde los capítulos
más antiguos de su historia, los judíos se han visto obligados a abandonar
países como Mesopotamia, guiados por Abraham, Egipto, tras su líder Moisés;
España, Portugal y sus colonias, en tiempos de los Reyes Católicos; el Imperio
Ruso, en la época de los Progroms y la Europa nazi, persecución que desembocó
en el Holocausto.
El pueblo judío de la Diáspora (es decir, disperso
o “regado” por el mundo), tiene características que le han permitido sobrevivir
a través de milenios, conservar su cultura y también, ser odiado por muchos.
Una de ellas es la unión y solidaridad al interior de estas comunidades, que
además entran en auxilio de sus semejantes de lugares remotos cuando los
amenaza el peligro. Otra que los convierte en el blanco de las críticas, es su
innegable éxito económico dondequiera que emprenden sus negocios. Además, la
vocación de excelencia: entre los profesionales más brillantes de diversas
áreas (médicos, científicos, políticos, humanistas, artistas), siempre figuran
los judíos. Alegan sus historiadores que han sido judíos los hombres que han
cambiado al mundo, y yo nada más enuncio algunos nombres: Moisés, Jesucristo,
Cristóbal Colón, el arzobispo Torquemada, Carlos Marx, Albert Einsten, Isaac
Newton, el propio Hitler, Sigmund Freud, Henry Kissinger.
De lo que pocos estamos conscientes, es de tener,
casi todos, algún antepasado judío en nuestro árbol genealógico. Aún sus
enemigos árabes comparten con ellos nada menos que al padre Abraham.
Traduzco aquí un fragmento del libro Les juifs, de Roger Peyrefitte, que
ilustra contundentemente el tema en cuestión:
El 1º. de enero de 1963, fiesta de la Circuncisión de Nuestro Señor, el
General De Gaulle no pensaba, sin duda, en sus ancestros los judíos Kolb, el
Canciller Adenauer en sus ancestros los judíos Adenauer, el Presidente de la
República Italiana en sus ancestros los judíos Segni, el Rey de Suecia en su antepasado
mitad judío Bernardotte, el Ex rey de Italia en sus ancestros maternos los
judíos montenegrinos Petrovitch Niégoch, el Archiduque Otto de Habsburgo en su
antepasada la judía Henríquez, madre de Fernando el Católico, el Rey de los
belgas en su antepasada la judía Pereira de donde descendía su bisabuela
Bragance, el Príncipe Bernhard de los Países Bajos en su antepasada la judía
Pacheco; la Reina Elizabeth en sus ancestros maternos, los judíos Bowes-Lyon,
el Duque de Edimburgo en sus ancestros los judíos Haucke, tampoco en la Casa
Blanca, el Presidente Kennedy pensaba en sus ancestros los judíos Kennedy y el
Vicepresidente Johnson en sus ancestros los judíos Johnson. (…) En la Habana,
Fidel Castro probablemente no pensaba tampoco en sus antepasados los judíos
Castro ni en Madrid el General Franco en sus ancestros los judíos Salazar. Al
lado de estos ilustres personajes, gloria de la conservación del prepucio, el
jefe del Estado de Israel, Ben Zvi, constituía una figura de piedra, figura
agua-fiestas porque podría decir a cada uno de ellos: “¡Acuérdate!”.
Hoy que el mundo exhibe y, con sobrada razón,
rechaza las acciones de Israel en Gaza y Cisjordania, hago un llamado a la
conciencia de sus autoridades, les pido voltear hacia las enseñanzas del
antiguo rabino Ben Hilel que decía: no
hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti, y les digo
también: “¡Acuérdate!”
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