Hablemos
hoy de uno de los más grandes escritores de la historia: Edgar Poe, originario
de Boston, donde nació en 1809. Edgar tomaría más tarde el apellido Allan en
agradecimiento a su padre adoptivo, pues el matrimonio Poe murió cuando Edgar y
sus hermanos eran pequeños.
Con
los nuevos padres, Edgar vivió por un tiempo en Chelsea, Inglaterra y luego
volvió a los Estados Unidos. El ambiente inglés y esa infancia y adolescencia
marcadas por pérdidas y mudanzas, influyeron no solamente en su personalidad
retraída y taciturna, sino en la temática de su obra literaria, poblada de
historias y personajes inquietantes y terroríficos.
Sus
numerosas obras comenzaron a publicarse desde 1827, es decir, cuando Poe era
todavía un autor muy joven. Su obra incluye poesía, cuentos y ensayos, notorios
por su perfección técnica que puede medirse matemáticamente.
A
poco tiempo de cumplir cuarenta años, víctima del alcoholismo, alejado de la
gente por su comportamiento errático y, seguramente, acosado por visiones y
pesadillas, murió en Nueva York este genio de la literatura, legándonos una
obra inigualable. Alrededor de su muerte, como en sus cuentos, se teje una
serie de misterios. Algunos la achacan al alcoholismo; otros aseguran que fue
asesinado. Hay quienes dicen que se le encontró en la calle, inconsciente,
frente a un hospital de Baltimore, ignorándose cómo o por qué llegó hasta
aquella ciudad.
En
donde fuera su primera tumba, se colocó una piedra con la inscripción: Quoth the raven, nevemore, en alusión a
su poema El cuervo, quizás la obra con la que más se identifica a este
escritor.
Aunque al traducirlo, pierde la exactitud matemática, el poema conserva la magia que eriza la piel. Aquí algunos fragmentos:
Una vez, al filo de
una lúgubre media noche,
mientras débil y
cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un
viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi
dormido,
oyóse de súbito un
leve golpe,
como si suavemente
tocaran,
tocaran a la puerta
de mi cuarto.
"Es -dije
musitando- un visitante
tocando quedo a la
puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada
más."
Y el crujir triste,
vago, escalofriante
de la seda de las
cortinas rojas
llenábame de
fantásticos terrores
jamás antes sentidos.
Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido
de mi corazón,
vuelvo a repetir:
"Es un visitante
a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar.
Algún visitante
que a deshora a mi
cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada
más."
Ahora, mi ánimo
cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
"Señor -dije- o
señora, en verdad vuestro perdón imploro,
mas el caso es que,
adormilado
cuando vinisteis a
tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a
llamar,
a llamar a la puerta
de mi cuarto,
que apenas pude creer
que os oía."
Y entonces abrí de
par en par la puerta:
Oscuridad, y nada
más.
Escrutando hondo en
aquella negrura
permanecí largo rato,
atónito, temeroso,
dudando, soñando
sueños que ningún mortal
se haya atrevido
jamás a soñar.
Mas en el silencio
insondable la quietud callaba,
y la única palabra
ahí proferida
era el balbuceo de un
nombre: "¿Leonora?"
Lo pronuncié en un
susurro, y el eco
lo devolvió en un
murmullo: "¡Leonora!"
Apenas esto fue, y
nada más.
Vuelto a mi cuarto,
mi alma toda,
toda mi alma
abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de
nuevo tocar con mayor fuerza.
"Ciertamente -me
dije-, ciertamente
algo sucede en la
reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea
lo que sucede allí,
y así penetrar pueda
en el misterio.
Dejad que a mi
corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda
en el misterio."
¡Es el viento, y nada
más!
De un golpe abrí la
puerta, y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días
idos.
Sin asomos de
reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran
señor o de gran dama
fue a posarse en el
busto de Palas,
sobre el dintel de mi
puerta.
Posado, inmóvil, y
nada más.
Entonces, este pájaro
de ébano
cambió mis tristes
fantasías en una sonrisa
con el grave y severo
decoro
del aspecto de que se
revestía.
"Aun con tu
cresta cercenada y mocha -le dije-.
no serás un cobarde.
hórrido cuervo
vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera
nocturna.
¡Dime cuál es tu
nombre en la ribera de la Noche Plutónica!"
Y el Cuervo dijo:
"Nunca más."
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