Para
la mayoría de mexicanos la fecha 11 de septiembre solamente se relaciona con un
evento no muy lejano en el tiempo, dramático sin duda, pero ajeno a la historia
nacional: el derribamiento de las torres gemelas de Nueva York. Sin embargo,
pocos estamos conscientes de que esa fecha, 11 de septiembre, fue por años tan
celebrada como el 16 del mismo mes, pues conmemora un hecho que consolidó para
siempre la independencia de nuestro país.
Cuando
hablamos de que el 27 de septiembre de 1921 España, a través del Virrey Juan
O’Donojú, reconoció la independencia de una de sus más lucrativas colonias: la
Nueva España… ¿nos resulta lógico que se hayan quedado así, tan tranquilos, y
no hubieran intentado recuperar tan jugosa propiedad?
Desde
luego que lo intentaron. Unos pocos años después, en 1928, el rey Fernando VII,
junto con su Consejo, elaboró un plan para emprender la reconquista. Consistía
en enviar tropas desde Cuba (que todavía era su colonia) y tomar por sorpresa
al ejército de nuestro país. Allá en la Península Ibérica se pensaba que la
mayoría de los mexicanos suspiraban por los tiempos coloniales y que sólo era
cosa de tomar un par de ciudades y convocar a esos ciudadanos nostálgicos a
reorganizar el gobierno bajo la corona hispánica.
Existía
desde luego tal sentimiento y no eran pocos los que, dado el desorden político
que se vivía en nuestra tierra, pensaban que más valía volver a lo “malo por
conocido” que seguir dando tumbos en busca de un nuevo orden por conocer.
Así
pues, se fraguó el proyecto de invasión, supuestamente secreto. Pero tal
secreto llegó a oídos del gobierno a través de su cónsul en Nueva Orléans. El
entonces gobernador de Veracruz, Antonio López de Santa Anna recibió también
noticias, gracias a los contactos que tenía en la isla, de los pormenores de
aquel plan nefasto.
A
ese hombre podemos contarle mil defectos, pero no negaremos que algunos de sus
rasgos resultaban muy propicios para la acción: era astuto, arrojado, ambicioso
y hábil para dirigir tropas. Es imaginable el estado de ansiedad en el que
entró desde que recibió aquella información. Enseguida bombardeó con cartas al
presidente Guerrero solicitando recursos para preparar a su ejército. Sugirió
también que se le diera el mando por encima de los otros contingentes que se
alistaban para la defensa.
El
28 de julio de 1829 las tropas españolas desembarcaron al norte de Tampico. Los
días 2 y 3 de agosto las tropas españolas se apoderaron de Tampico el Alto y
Pueblo Viejo. El día 4, prácticamente sin combatir, tomaron el Fortín, la
bandera española ondeó en el fuerte mexicano.
De
inmediato, Santa Anna al frente de unos 1,000 hombres zarpó de Veracruz a
combatir a los invasores. Como esperaba, se le nombró general de división y
general en jefe del Ejército de Operaciones. Su primer plan fue sorprender a
los españoles, embarcando a sus hombres en barcazas que entrarían, silenciosas
en medio de la noche, por el río Pánuco para atacar el Fortín, asegurar el
armamento del enemigo y de esa manera anularlo. Sin embargo, un torpe tiro se
le fue a uno de sus hombres y tuvo que combatir anticipadamente y rehacer toda
la estrategia.
Vale
la pena repasar acción por acción la cadena de aciertos de ese entonces joven
general que, a pesar del mal clima, de lo que tardó en recibir el apoyo de las
demás divisiones y de la falta de disciplina militar de la mayor parte de sus
reclutas, aprovechó bien las oportunidades que fueron surgiendo y obtuvo
finalmente una victoria apabullante sobre éste, el último intento de España de
recuperarnos como una de sus colonias.
De
allí obtuvo Santa Anna los sobrenombres de “Héroe de Tampico” o “Héroe del
Pánuco” y su prestigio aumentó de tal manera que se convirtió en el candidato
favorito de los siguientes treinta años tanto para asumir la presidencia como
para encabezar ejércitos en las siguientes guerras contra extranjeros: contra
Francia en 1838, con éxito al defender el puerto de Veracruz y frustrar la
invasión a nuestro territorio (en esta batalla perdió esa pierna que tantas
aventuras contaría); contra los Estados Unidos, infructuosamente, tanto en la
llamada Guerra de Texas en 1836 (remember The Alamo, como dicen todavía los
norteamericanos) y en la también desafortunada defensa de la Ciudad de México
durante la Invasión norteamericana en 1848, que nos costó la mitad del territorio.
En
el tiempo en que Santa Anna estuvo en el poder, el 11 de septiembre se
festejaba con platillo y bombo el haber evitado la reconquista de México por
España, pero después, castigado justamente por la historia, esta fecha (que
debería, pienso, aislarse de ese castigo) ya ni siquiera aparece en los
calendarios cívicos.
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