Nunca estamos listos para
el profundo impacto provocado por los fenómenos de la Naturaleza. Se trate de
huracanes, tsunamis, tornados o los devastadores sismos que han marcado, una y
otra vez, con escenas de muerte, dolor y destrucción la memoria universal.
Nuestro México tiene un
largo historial de terremotos dadas las condiciones de su subsuelo: esas placas
que conforman la corteza terrestre, la cual no es una masa uniforme, sino una
especie de suma de pedazos que están, como el planeta mismo, en continuo
movimiento. Muchas son las explicaciones científicas que hemos oído, visto y
leído en años recientes, cuando un incremento en esta actividad provocó, tanto
en 2017 como en 2022, movimientos telúricos que produjeron daños mayores y, por
su intensidad, pasaron a formar parte de la histórica lista de graves
terremotos en nuestro territorio.
Para quienes tengan
curiosidad sobre este tema, recomiendo consultar la monumental obra de los
investigadores Virginia García Acosta y Gerardo Suárez Reynoso, titulada Los
sismos en la Historia de México, publicada por la UNAM, CIESAS Y EL FCE, en dos
extensos tomos que recogen datos y descripciones de todos los terremotos
documentados desde el año 1 Pedernal.
En ella podremos
enterarnos de que los habitantes de Mesoamérica han sido víctimas de dichos
fenómenos naturales desde siempre. Claro
que, en tiempos prehispánicos no provocaban la destrucción masiva que acontece
en nuestros días, pues las casas eran de material ligero y las pirámides,
debido a su forma, no se caían con los temblores, además, no había la
concentración poblacional de hoy. En aquella época los sacerdotes decían que
eran causados por el ollin, que es el
movimiento de los astros. Temblor en náhuatl se dice tlalollin, es decir, movimiento de la tierra. Explicaban que,
cuando Venus se ponía en el horizonte y luego reaparecía en el oriente a la
mañana siguiente, había tenido que caminar bajo tierra en plena oscuridad, y a
veces se tropezaba: eso era un temblor. Los temblores más fuertes ocurrían cuando
era el Sol quien tropezaba.
Una vez conquistado y
evangelizado por los españoles el antiguo Imperio Mexica, junto con sus pueblos
vecinos, la explicación no dejó de ser de índole religiosa. Los frailes
aprovechaban estos fenómenos para hablar a los naturales de la ira de Dios por
los pecados de la gente. Los conminaban a la obediencia, el tributo, la oración
y la penitencia para calmar el enojo del creador.
Desde luego, el tipo de
construcciones coloniales de piedra, no siempre bien cimentadas y equilibradas,
los techos más pesados y las iglesias con bóvedas y campanarios, sufrían daños
severos y con frecuencia había víctimas humanas.
Varios sismos se encuentran
descritos en las crónicas junto con las medidas religiosas que se tomaban. Por
ejemplo, en septiembre de 1754, el arzobispo de México llamó a una procesión
dedicada a San José “a fin de aplacar la divina justicia en los terremotos
experimentados”.
En 1875, en Guadalajara, “una procesión de
penitentes desnudos, con crucifijos y luces, recorrieron las calles de la
ciudad… todos con velas y algunos descalzos, en señal de penitencia”.
Aún hoy, cuando se sufren
terremotos que se suman a la lista de destructores movimientos telúricos, no
falta quien quiera darles explicaciones religiosas, mágicas y paranormales.
Tampoco ha conseguido la ciencia la tan deseada posibilidad de predecirlos… y,
desgraciadamente, hay quienes siguen construyendo sin tomar en cuenta este
riesgo que es una certeza: seguirá temblando en el territorio nacional.
Asimismo, siempre hay gente sin escrúpulos que trata de aprovechar la desgracia
para manipular y obtener beneficios personales. Afortunadamente, somos testigos también de muchas
muestras de solidaridad, empatía, cooperación y generosidad.
En suma, la Naturaleza es
poderosa e impredecible…Y la condición humana comparte esos adjetivos.
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