No
todos los aniversarios del mes de julio se refieren al triunfo de la libertad.
El 18 de este mes que aglutina la fiesta nacional del Canadá, la de los Estados
Unidos y la de Francia, se cumple también un año más del pronunciamiento
militar en contra de la segunda República española que, en 1936, se considera
el inicio de la Guerra Civil de ese país.
Como
todo conflicto social, esta terrible guerra fratricida llevaba varios años
cocinándose. A España, siempre un tanto tardía, habían llegado también las
ideas ilustradas, mezcladas con la doctrina marxista-leninista y, a pesar del
gobierno de tinte fascista del dictador Miguel Primo de Rivera –o quizás, como
contrapeso a un gobierno ultraconservador— estas ideas ganaban adeptos,
alimentadas por la pobreza y el abismo entre las clases trabajadoras y los
“señoritos” terratenientes, a quienes apoyaba el clero.
Cuando,
en 1930, Primo de Rivera dimitió, el rey Alfonso XIII intentó retomar la senda
constitucional y parlamentaria y convocó a elecciones municipales, que se
llevaron a cabo en 1931. A través de las urnas, la mayoría externó sus anhelos
republicanos; como diría el almirante Aznar cuando le preguntaron si esto
reflejaba una crisis, respondió: “¿Qué más crisis desean ustedes que la de un
país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?”.
Respetuoso
de la voluntad de su pueblo, de una manera ejemplarmente humilde, Alfonso XII
hizo público un manifiesto que decía: “Las elecciones celebradas el domingo me
revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo… Un rey puede
equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez… Hallaría los medios sobrados para
mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes la combaten.
Pero resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota
contra otro en fratricida guerra civil… mientras habla la nación suspendo
deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España,
reconociéndola así como única señora de sus destinos”.
Una
vez expresada así su noble sujeción a la voluntad del pueblo, el rey se ausentó
de España y un gobierno republicano, de ideas claramente liberales, laicas y
democratizantes, se instaló en su lugar. Se proclamó una nueva constitución que
reconocía los derechos humanos de los españoles, eliminaba la cámara de los
aristócratas y preveía la posibilidad de la expropiación forzosa de cualquier
propiedad y la nacionalización de los servicios públicos.
Como
podrán imaginar, tales medidas hacían peligrar los privilegios de la clase
pudiente y del clero, sostenidos durante siglos. Además, en Europa se
encontraban en auge los gobiernos fascistas, que apoyaron a los militares de
España, entre quienes no faltaba quien conspirara a favor de un golpe de
Estado. Un primer intento, conducido por el general Sanjurjo, fracasó en 1932.
Pero cada vez la sociedad se polarizaba más. En ambos bandos había matices, así
como apoyos del exterior.
Finalmente,
en enero de 1936 el Frente Popular, que aglutinaba a los grupos de extrema
izquierda, obtuvo la mayoría en el Congreso. Las medidas que intentaron tomar
en cuanto a tenencia de la tierra y leyes laborales colmaron la paciencia de la
extrema derecha. Así, en julio de ese mismo año los militares, encabezados por
los generales Franco, Sanjurjo, Mola y Queipo, se sublevaron contra el
gobierno, desencadenando la guerra civil que duró tres años. En todo el mundo
se movilizaron los simpatizantes de los republicanos; intelectuales y artistas
de diversas nacionalidades viajaron a España para unirse al ejército llamado de
“los rojos”. Pero nada pudieron hacer tan románticos sacrificios contra las
armas y la organización del ejército, apoyado por nazis y fascistas y
financiados por los aristócratas y el clero.
El
triste desenlace, después de mucha sangre derramada, y una pauperización del
campo que provocó hambruna, fue la dictadura franquista de la que hablábamos
hace algunas semanas, la que por tres décadas, hizo retroceder a España en
términos de libertad, democracia y tolerancia.
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