En mi humilde opinión, una de las mejores novelas que se
ha escrito en este país es La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, obra
que reúne una impecable técnica literaria y narra la realidad de nuestro país
en los primeros años post revolucionarios, realidad, por desgracia, que poco o
nada ha cambiado en cuanto a las prácticas políticas.
El autor, Martín Luis Guzmán, nació en Chihuahua, en
1887. Era hijo de un militar y estudió la carrera de leyes. Estos tres datos
nos dan idea de su conocimiento directo tanto del perfil de los oficiales de un
ejército, como de los recovecos de que se valen los políticos y, por su lugar y
fecha de nacimiento, de la cercanía que tuvo con célebres caudillos, a los que
describió a detalle en su obra El águila y la serpiente. Debido a tal
proximidad pudo no solamente conocerlos, sino dejarse deslumbrar en momentos
por sus prometedores discursos para desencantarse después al comprobar que las
acciones no correspondían a lo esperado. Estuvo así –como sucede a menudo a
gente de ideas e ideales—pasando de creer en un líder y otro, para
decepcionarse después y buscar una nueva encarnación de sus anhelos de
justicia; por ello, se vio obligado a exiliarse en dos ocasiones.
Fue durante los años de exilio en España (1924-1936)
cuando escribió la soberbia novela en cuestión, y lo hizo al enterarse del
salvaje homicidio del general Francisco Serrano, en Huitzilac, ordenado por
Álvaro Obregón, “el caudillo” de la obra, en la que, con distintos nombres,
aparecen los actores políticos del momento y el autor se disfraza de Axcaná
González quien, con los tintes de tragedia griega que subyacen a lo largo de
toda la narración, hace el papel de corifeo, el que explica a los otros
personajes y al lector, las incomprensibles prácticas de los políticos.
Uno de los aspectos técnicos más geniales de La sombra
del caudillo son los contrastes magistralmente logrados: en todo momento la
luminosidad –casi siempre del paisaje o de las miradas—queda opacada por lo
oscuro de los hechos. La presencia inmutable de los volcanes que flanquean la
Ciudad de México contrasta con el movimiento de los personajes a bordo de sus
autos: el Cadillac del protagonista Aguirre o el Packard de su victimario.
Comparto algunas frases lapidarias de la novela:
Aguirre hablaba envolviendo sus
frases en el levísimo tono de despego que distingue al punto, en México, a los
hombres públicos de significación propia. (p.11)
…el aspecto exterior del general
nada le dijo. Era el de tantos otros soldados de la Revolución, convertidos,
como por magia, en gobernadores o ministros: analfabetos, con patente de incultura,
en los cargos públicos de responsabilidades más altas. (p.61)
--Fíjate bien –decía Mijares a
Axcaná—; fíjate en la sonrisa de “las gentes decentes”. Les falta a tal punto
el sentido de la ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya, no
nuestra, lo que hace que la política mexicana sea lo que es. Dudo qué será
mayor, si su tontería o su pusilanimidad. (p.70)
Pues iremos a la lucha; que, al fin
y al cabo, en política, en México, todos pierden. (p.105)
Nos consta a nosotros que en México
el sufragio no existe: existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan
el poder, apoyados a veces por la simpatía pública. Ésa es la verdadera
Constitución Mexicana; lo demás, pura farsa. (p.142)
“La política mexicana no conjuga más
que un verbo: madrugar”. (p.153)
¿Algo ha cambiado? Yo, lo dudo.
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