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martes, febrero 02, 2021

VOLCANES Y TIEMPEROS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Celebramos hoy el día de la Candelaria, con un clima casi primaveral que nos hace recordar el sincretismo de esa fiesta. Como casi todas las festividades religiosas, la del 2 de febrero tiene que ver con el ciclo agrícola. Desde esta fecha se comenzaban a pedir a las deidades prehispánicas unas buenas lluvias para el año. Una vez cristianizada, la Candelaria se convirtió en la fecha en que se bendicen las semillas que irán a la tierra junto con la esperanza de los agricultores. En la antigüedad, era el inicio de las festividades en honor de Tláloc que se intensificaban hacia mediados de marzo y terminaban a principios de mayo.

Dichas ceremonias de origen tolteca estaban íntimamente relacionadas con montes y volcanes, en cuyas cimas se depositaban ofrendas, acompañadas de danzas rituales. Todavía hoy se llevan a cabo algunas de estas costumbres. Las más conocidas son las de las comunidades agrícolas de las faldas del volcán Popocatépetl, encabezadas por los “tiemperos” o “graniceros”. Esta especie de sacerdotes o hechiceros estorbadores del granizo, elegidos, según la tradición, por el propio volcán, ya sea por revelación directa, encarnado en un anciano de barba blanca a quien se conoce como “don Gregorio Popocatépetl”, o por haber sobrevivido a un rayo, tienen la tarea de moderar las precipitaciones, espantando con sus danzas y movimientos corporales las granizadas o tormentas capaces de destruir las siembras, y atraer las lluvias en cantidad y calidad necesaria para hacerlas crecer.

En aquellas comunidades, la fiesta principal es el día de San Gregorio, el 12 de marzo. Fray Bernardino de Sahagún y Fray Diego Durán hablan de esta costumbre en sus obras.

También a la cima de nuestro volcán Xinantécatl suben los graniceros. Y también ahí, en el fondo de sus cráteres convertidos en lagunas, se han encontrado vestigios de ofrendas muy antiguas. Y no cabe duda de que estas montañas imponen, fascinan y se hacen presentes con su majestuoso silencio. Sobre todo, después de días malos, es un placer observar la blanca cima de ese señor Xinantécatl reinando sobre el valle. Tan atractivo como don Goyo, el Popocatépetl, o doña Rosita Iztaccíhuatl, su amada volcana.

Se antoja ser un alpinista, quizás un tiempero, y llegar hasta esas escarpadas alturas; ser un vulcanólogo para tratar de desentrañar los misterios de estas montañas mágicas. O un pintor, capaz de captar con belleza el espectáculo inerte de los volcanes. O mejor, las tres cosas, como tal vez ha sido sólo el legendario doctor Atl, padre del muralismo mexicano, quien dedicó una buena parte de su vida a recorrer, estudiar y pintar los volcanes de nuestro país. La vida le obsequió a cambio el gran gozo de ver nacer uno: el Paricutín, aunque le cobró con la pérdida de una pierna en esa aventura.

Este hombre era, además un excelente narrador. En una de sus primeras ascensiones al Popocatépetl, le dedicó una obra lírica: “Las sinfonías del Popocatépetl". Aquí un fragmento de ella:

Sobre las llanuras reverberantes, pareces un enorme zafiro, caído de un mundo quimérico, humeante aún por el choque contra la Tierra.

Maravillosa cúpula del Anáhuac —Pirámide de Teotihuacan engrandecida por los dioses—. Mausoleo de la energía terrestre, siglos dormiste sobre los montes, fertilizando en el reposo de tu silencio inmensas llanuras.

¿Quieres acercarte al doctor Atl? Busca mi novela De la penumbra azul emergió el fuego.

  

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