Una autora fundamental para las letras de América Latina
es la venezolana Teresa de la Parra, nacida en la última década del siglo XIX,
en París, Francia, pues su padre era diplomático, si bien pasó su infancia en
Venezuela, entre la finca de campo de su familia y Caracas. Luego volvió a
Europa donde vivió hasta su temprana muerte causada por la tuberculosis, en
1936.
De la Parra pinta en sus obras el ambiente de su tierra, a la vez que introduce una crítica al machismo de la sociedad venezolana. Por ello su obra fue, por años, aplaudida en Europa, pero ácidamente criticada en su patria.
El estilo narrativo de Teresa de la Parra envuelve por la elegancia y musicalidad de su prosa, además de la maestría con que lleva al lector a los ambientes y construye a los personajes. Recientemente, hemos comentado en los círculos de lectores que tengo el gusto de coordinar, su inolvidable novela Memorias de Mamá Blanca, donde la protagonista, una mujer anciana que se siente cercana a la muerte, relata su niñez en una hacienda de Venezuela. Cargada de tintes autobiográficos que se entrelazan con la ficción, esta deliciosa obra tiene el poder de detonar los recuerdos infantiles del lector, mientras lo mece con la bella música de su lenguaje.
Comparto este párrafo, donde la autora deja filtrar su intención literaria al escribir la obra, su voluntad de imprimir música a las frases:
Si yo fuera novelista de talento (dos humildes suposiciones), impondría la siguiente innovación en la novela: antes de comenzar un diálogo cualquiera tendría siempre un pentagrama sobre mi página. A la izquierda, como de costumbre: clave, tono y medida; luego los compases con notas y accidentes, y abajo el texto: lo mismo que para el canto. Con un poco de solfeo que supiera el lector no tendría sino que tomar el libro en la mano izquierda, llevar el compás con la derecha canturreando y ¡listo! El personaje habría hablado de veras.
En esa misma página habla asimismo, con simpática ironía, de un tema que es aún discusión entre los escritores: la importancia de la claridad en los textos. Dice así:
La claridad que nos hace amables nos impide ser admirables. Lo incomprensible, al humillar violentamente los espíritus, arranca de las manos aplausos irritados y sinceros cuyo verdadero significado es éste: ¡Bravo, bravo, bravísimo, que no hemos entendido ni una jota! (…) La claridad es despreciable y reposante como un par de pantuflas viejas. Yo no aspiro a la gloria, ni a los aplausos, ni al respeto de las multitudes: por lo tanto puedo calzarme de tiempo en tiempo mi par de pantuflas reposantes.
Así, cómoda y reposante, es la novela Memorias de Mamá
Blanca, de ninguna manera incomprensible y, justo por ello, sumamente
admirable.
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