Cuando el siglo XIX cursaba
ya su segunda mitad, en 1869, nació en París un hombre que influiría
grandemente en la evolución de las letras francesas y, con ello, de la
Literatura universal: André Paul Guillaume Gide, conocido como André Gide.
Huérfano de padre desde temprana edad y, de madre en la juventud, André no
gozaba de una buena salud. Su cuerpo frágil albergaba un alma atormentada por
la falta de definición de sus preferencias sexuales, confusión que no aclararía
sino una vez casado con su prima Madeleine, durante un viaje por el Norte de
África. Allá entabló amistad con Óscar Wilde, quien lo exhortó a reconocer su
homosexualidad y fue también en esas tierras africanas dónde se enamoró de un
joven moro, con quien ejerció, por primera vez, la sexualidad que lo
satisfacía. De estos temas hablan, de manera elegante, pero con gran
profundidad espiritual, algunas de sus obras, como Et nunc manet in te, El inmoralista y sus Diarios.
Además del tema homosexual que lo obsesionaba, Gide se
ocupó de denunciar, a través de las letras, la explotación que llevaban a cabo
las empresas francesas en África, los excesos y la crueldad con que eran tratados
los nativos. Estas denuncias provocaron reformas en la legislación que regía
tales actividades, mejorando con ello la situación de los trabajadores.
En otra de sus obras, La escuela de las mujeres,
se hace cargo del papel de la mujer, relegada por la sociedad a soportar la
infelicidad, ante la imposibilidad de ser aceptada en caso de romper con un
matrimonio desdichado.
Su obra abarca la poesía, narrativa, ensayo y aun la
colaboración, con Ígor
Stravinski en un ballet, Persephone.
Su labor literaria con impacto social le valió la
obtención del Premio Nobel de Literatura en 1947. Falleció poco después, en
febrero de 1951.
La manera en que Gide llegaba al fondo del alma humana
sirvió de inspiración a una generación de escritores notables, entre los que se
cuentan Albert Camus y Jean Paul Sartre, quienes obtendrían también el más alto
galardón de las letras.
A pesar de ello, la Iglesia Católica incluyó los libros de Gide en la lista de lecturas prohibidas.
Aquí algunas de sus frases célebres:
El secreto de mi felicidad está en no esforzarse por el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo.
Hay que haber vivido un poco para comprender que todo lo que se persigue en esta vida sólo se consigue arriesgando a veces lo que más se ama.
Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo.
Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran.
Muchas veces las
palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu
hasta que ya es demasiado tarde.
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