Mis novelas

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viernes, julio 01, 2022

EN BUSCA DEL PADRE

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Ya que seguimos en el mes de junio, y el tema del padre es uno de mis favoritos, quiero compartir con ustedes un fragmento de mi más reciente novela: De estirpe guerrera, en que Ángel, el joven protagonista, viaja desde Nueva España a Europa en busca de su padre, Pietro, un navegante genovés y se encuentra con él en Sevilla. Dice así:

Una vez que el posadero les mostró la habitación y los mozos depositaron sus pertenencias, Gonzalo propuso bajar a la taberna por un vaso de vino y algo de comer. En la semipenumbra que envolvía charlas, ruido de platos y fuertes aromas a ajo, bacalao y embutidos, Ángel distinguió dos voces que conversaban en una lengua distinta a la del resto por su suave musicalidad. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz de antorchas y velas, buscó su procedencia. Pudo ver la amplia espalda de un hombre; sobre ella caían unos rizos rubios, atados en la nuca. Frente a él, un joven más espigado, escuchaba con atención. Ambos vestían jubones de terciopelo, con vivos de brocado, que resaltaban entre los ropajes austeros de los demás parroquianos.

A Ángel el corazón le latió con fuerza; una voz interior le decía que se trataba de su padre. Lo distrajeron los senos enormes que el escote de la mesera mostraba sin recato y casi rozaron su nariz, mientras llenaba el vaso de vino… demasiado para sus nervios. Trató de separarse, pero perdió el equilibrio; fue a dar con todo y silla al suelo, haciendo un gran estruendo. Salieron los cuchillos y espadas de todos los cintos, pensando que se había suscitado una gresca, mas cuando vieron al mancebo en el suelo, sonrojado pero sano, hubo carcajadas generales. Ángel cerró los ojos y lamentó que los oídos careciesen de un bloqueo natural, como los párpados, para evitar la vergüenza. Cuando las burlas amainaron, percibió, todavía a ciegas, que alguien se le había acercado. Atisbó entreabriendo el ojo derecho. Cargada de ostentosos anillos, una mano se tendía hacia él para ayudarlo a incorporarse. Se aferró a ella. A través de la extremidad protectora, una corriente vivificante fluyó y llenó su pecho de confianza. De pie, se topó con un rostro tan parecido al suyo, que la piel se le erizó. Era como mirarse en el espejo ahumado de los tiempos. Pietro, llamado también por la sangre, lo abrazó. Ángel, hijo mío, fue lo único que pudo murmurar.

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