Hace poco, en una reunión de colegas, alguien dijo que,
en este tiempo, la literatura es un asunto de relaciones públicas. Es decir, de
poco sirve la calidad de las letras si no te promocionas y dedicas parte de tu
tiempo a las redes sociales, tanto las cibernéticas como las presenciales. En
pocas palabras, vale más “placearte” como hacen los políticos, que escribir
bien.
En dicho orden de ideas, vale la pena revisar a los
autores mexicanos de la generación anterior a la mía. Me refiero a la que los
estudiosos han bautizado como “Generación del Medio Siglo”, entre los que se
encuentran: Juan García Ponce, Inés Arredondo, Jorge Ibargüengoitia, Juan
Vicente Melo, Huberto Bátiz, José de la Colina, Salvador Elizondo, Carlos
Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Carlos Valdés, Juan José
Gurrola, Tomás Segovia y Sergio Pitol.
No hace falta que les diga, amigos, quiénes entre ellos
han sido los más hábiles para la promoción, pues esos nombres les sonarán más
que los otros. Lo que puedo asegurar es que no son los trabajos de esos famosos
superiores a los demás en cuanto a calidad literaria.
Quizás estoy equivocada, pero tengo la convicción de que,
dentro de medio siglo más, se les juzgará solamente por su obra, más allá de
cuantos fans hayan tenido en vida y en cuántos cocteles hayan sido invitados
especiales.
Esa misma idea guio los pasos de uno de estos grandes
autores, Sergio Pitol, a quien hoy quiero acercarlos.
Nació este fabuloso escritor en Puebla, en 1933, y creció
en una pequeña comunidad cañera en Veracruz, poblada por descendientes de
italianos. Era un niño enfermizo que tuvo que pasar muchas horas encerrado, en
vez de salir a jugar con otros chicos, pero aprovechó maravillosamente esa
condición y la buena biblioteca de su casa para devorar autores clásicos como
Cervantes, Proust o Freud y comenzar con su formación políglota. Con el tiempo,
llegaría a dominar lenguas como el ruso, polaco, checo y chino, además, desde
luego, de italiano, francés e inglés.
De joven se mudó a la Ciudad de México para completar su
educación. Allí se volvió asiduo a las conferencias de Alfonso Reyes en el
Colegio Nacional y se interesó, como él, en el cine y recibió su influencia en
cuanto al estilo de escritura, en el que se mezclan el ensayo, la ficción, la
crónica y la Inter textualización.
Se unió al cuerpo diplomático, lo cual lo llevó a viajar
prácticamente por todo el mundo.
Escribió cuento, novela, ensayo, crítica literaria,
biografía y monografías de arte y traducciones.
Obtuvo importantes premios nacionales e internacionales
como el Alfonso Reyes, el Cervantes, el Juan Rulfo de Francia, el Villaurrutia
y el Herralde, por mencionar unos cuantos. Sin embargo, mantuvo siempre el
perfil bajo y la modestia, y privilegió el tiempo de trabajo sobre el de
relaciones públicas.
En lo personal, me inclino por este plan de vida mucho
más que por el de vivir de reunión en reunión y dedicada a “postear” lo que
estoy viendo o comiendo. Como dijo Sergio Pitol: Lo único que se puede hacer
para seguir adelante es no dejarse llevar por el derrotismo y trabajar.
Quizás ustedes, amigos, no se han acercado a la obra de este
gran autor; en verdad, se las recomiendo. Y para leer análisis sobre su obra,
vean lo mucho que ha escrito al respecto nuestra amiga la doctora Maricruz
Castro Ricalde.
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