Hemos hablado en otras ocasiones, amigos, de lo
larga que es la historia de nuestros conflictos fronterizos con los Estados
Unidos. Recordemos hoy cómo fue que el estado de Texas pasó a ser, de territorio
mexicano a Estado de la Unión.
Como sabemos, desde principios del siglo XIX los
Estados Unidos iniciaron su expansionismo hacia el Este y Sur de su espacio
original, aquel territorio conocido como las Trece Colonias que en 1776 había
declarado su independencia del Reino Unido, se disponía a expandir sus dominios
hasta el Océano Pacífico. El avance tuvo sus orígenes en 1803, cuando la
primera nación independiente de América compró a Napoleón el inexplorado
territorio francés conocido como Luisiana, con el que de inmediato duplicaron
su demarcación; posteriormente, en 1819, los primeros problemas fronterizos de
la entonces llamada Nueva España y su vecino del norte dieron como resultado la
compra de la Florida a los españoles quienes reclamaron la soberanía sobre el
territorio de Texas, el cual, según los estadounidenses, pertenecía a la
Luisiana. El conflicto tuvo su final mediante el Tratado Adams-Onís en el que
el representante de la corona española, Luis de Onís y el secretario de estado,
John Quincy Adams, fijaron una nueva demarcación entre los dos países. En el
territorio conocido como la Florida vivían ciudadanos españoles quienes se
vieron obligados a cambiar su residencia a causa de la negociación, por lo que
en los últimos años del gobierno virreinal se les otorgaron concesiones de
tierras en Texas y Coahuila junto con la exención de impuestos como una posible
solución al problema de inconformidad ciudadana; se pretendía así poblar los
terrenos más alejados de la colonia española.
Después de algunos años y ante las concesiones que
España daba a sus súbditos, algunos ciudadanos americanos vieron la ambiciosa
posibilidad de emigrar a nuestro territorio; solicitaron permiso a la Corona
Española para cruzar la nueva frontera y establecerse en Texas, bajo protesta
de obedecer sus leyes y practicar la religión católica a cambio de poblar la
lejana zona y gozar de dichos beneficios, el cual les fue otorgado. Poco a poco
la población angloamericana ocupó mayores extensiones de tierra y violó los
acuerdos revalidados durante el efímero Imperio de Iturbide y la primera
República Federal.
Con la promulgación de la Constitución de 1824,
Texas quedó unido a Coahuila y perdió su soberanía. Esto causó varios problemas
adicionales, entre ellos el que las nuevas leyes federales y estatales
prohibieron la esclavitud, que en Texas era práctica corriente. Por otra parte,
los norteamericanos abusaban de la falta de control en las fronteras y exigían
un nuevo plazo para extender el mayor tiempo posible su derecho a no pagar
impuestos por cruzar hacia México, privilegio adquirido durante la Colonia. El
gobierno mexicano, al inspeccionar la mencionada situación en sus confines,
miró con desagrado las acciones de los concesionarios y decidió prohibir
temporalmente la entrada a los norteamericanos. En 1832 instaló una aduana en
la frontera para la recaudación de impuestos, la cual, después de varias
protestas, fue cerrada y reabierta hasta 1835.
Mientras tanto, en el centro del país se
acrecentaba la disputa política entre conservadores y liberales –centralistas y
federalistas, respectivamente– lo que ocasionó el descuido de nuestros límites
territoriales; los colonos que en un principio juraron lealtad a las leyes
españolas y después a las mexicanas, se convirtieron en rebeldes que sembraron
la idea de separar a Texas de la República Mexicana, argumentando no tener
ideales comunes con el resto de los estados, ni compartir características como
el idioma, la religión y la práctica de la esclavitud, importantísima para el
cultivo de los campos de algodón, una de sus principales fuentes de riqueza.
Asimismo, insistían en la exención del pago de impuestos fronterizos.
En octubre del 1835 la república adoptó un sistema
centralista y se dividió en departamentos, bajo el argumento de un mayor
control político del territorio. De inmediato los separatistas de Texas
declararon abolido el pacto federal y pidieron apoyo al gobierno de los Estados
Unidos. Tras este suceso, y violando nuestros estatutos, una gran desbandada de
norteamericanos cruzó nuestros límites en busca de un pedazo de tierra e
incentivando la independencia del estado del norte. Ante ese intento, el
entonces presidente de México, Antonio López de Santa Anna marchó sobre ellos
al frente de un ejército improvisado y sin preparación militar, con el que
trató de detener esta afluencia y someter a los rebeldes. Ganó algunas
batallas, como la famosa toma del Fuerte del Álamo, pero finalmente, el
mandatario fue hecho prisionero y aunque en nuestras leyes estaba dispuesto que
los rehenes no pueden dictar órdenes, Santa Anna envió la orden de retirada al
general Vicente Filisola, lo que causó nuestra total derrota en Texas. El 2 de
marzo de 1836, mediante los Tratados de Velasco, se reconoció la emancipación
de los texanos.
Algunos años después, en 1844 se iniciaron las
negociaciones para la anexión de Texas a la Unión, proceso que se concluyó en
julio de 1845.
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