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jueves, junio 01, 2023

EL MURALISMO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

La Revolución Mexicana de 1910 sacudió no solamente la estructura socio política del país, permeó el espíritu de los artistas, provocando un movimiento radical en casi todas las expresiones artísticas, pero muy significativamente en la pintura, donde se combinaron las tendencias vanguardistas provenientes de Europa, los ideales revolucionarios y la experimentación de nuevas técnicas. Los pintores mexicanos post revolucionarios tenían tanto qué decir, que gritar, que no había lienzos suficientemente grandes para la expresión de sus ideas, requerían espacios enormes: los muros de los edificios públicos.

    El compromiso de los creadores se vertía en dos ideales: por un lado, hacer de la pintura un lenguaje que ayudara a difundir las premisas revolucionarias entre el pueblo, por otro, proponer una nueva estética monumental y realista, con formas dramáticas, colores a veces agresivos, nuevos materiales y manejo sorprendente de los temas sociales, mostrando sin prejuicios escenas llenas de crudeza.

    Con esta propuesta nueva, los llamados “muralistas” retoman el antiguo arte de la pintura mural que era común a las dos raíces de nuestra raza: la indígena, que acostumbraba a decorar templos y pirámides con grecas y figuras de colores, y la pintura al fresco traída de la Europa renacentista por los evangelizadores, quienes cubrieron los muros de los conventos con motivos religiosos.

    El muralismo cobró una gran importancia en el México post revolucionario gracias al apoyo de José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón. Los artistas, animados por el Doctor Atl, director de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, pusieron manos a la obra.

    El propio doctor Atl, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Álvaro Siqueiros, Juan O’Gorman, entre otros, llenaron de andamios estos edificios para combinar arquitectura y pintura en la tarea de rescatar los valores prehispánicos, denunciar los abusos del poder recién vencido, reivindicar a las fuerzas donde debería cimentarse la nueva sociedad: campesinos y obreros.

    La calidad de nuestros artistas puso a México en la palestra de los conocedores: el mundo hablaba de los murales de México y los pintores de nuestra tierra se trataban de tú con los grandes de Europa como Picasso, Braque, Gris o Modigliani.

    Todavía hoy, el mundo no se cansa de admirar los murales de Palacio Nacional, de la Secretaría de Educación Pública, de la Universidad de Chapingo, el Hospicio Cabañas en Guadalajara, por nombrar algunos. Los estudiosos del arte siguen escribiendo tesis donde se estudian aspectos de tales obras. Y aquellos artistas que hicieron leyenda, siguen inspirando a poetas, novelistas, músicos y cineastas.

    A casi cien años de que hiciera erupción el volcán de nuestra pintura, otros talentos continúan pintando murales. La apuesta artística, el lenguaje, se han transformado poco. Seguramente el devenir de la historia no exige aún un nuevo lenguaje; tal vez las causas que originaron este maravilloso arte sigan vigentes.

    El muralismo mexicano fue, sin duda, uno de los grandes motivos para celebrar, en 2010, el centenario de la Revolución. Aquí en la capital de nuestro Estado, el Palacio de Gobierno ofreció sus muros a artistas mexiquenses que les dieron vida con obras de gran belleza e interesante discurso. Quedaron plasmadas, desde entonces, las visiones de los maestros Ismael Ramos, con las riquezas naturales y culturales que encierra nuestro país; Ulises Licea, con la identidad física y moral de los mexicanos; Leopoldo Flores, con la Independencia; y Luis Nishizawa, con la Revolución Mexicana.

¿Ya los conoces? ¿No? Pues no esperes más…      

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