Durante el gobierno de Suleimán el Magnífico, hubo un
personaje crucial en la expansión otomana por el Mediterráneo: el corsario que
hizo leyenda, temido como ningún otro por la cristiandad del siglo XVI. Se
trata de Hayreddín Barbarroja, que se convirtió en leyenda de crueldad, ambición
y lujuria.
Su verdadero nombre era Hizir, uno de los tres hijos de
Yakup, albanés que vivía en la isla de Lesbos. El hermano mayor de Hizir, Aruj,
fue quien se inició con éxito en la navegación y el comercio con África del
Norte, donde adquirió el sobrenombre de Barbarroja que, muerto en una batalla
contra los españoles, pasó a su hermano, junto con el mando sobre el bastión de
Argel.
En 1533 Barbarroja se presentó ante el sultán Suleimán
buscando una alianza para protegerse de los incesantes ataques españoles sobre
Argel. El sultán descubrió la gran astucia y valor del corsario, que era un
gran guerrero, políglota y avezado político, así que al poco tiempo, lo nombró comandante
de las fuerzas navales de su imperio, amén de ratificarlo como virrey de Argel.
Hayreddín sumaba conquistas año con año. En 1538 había
anexado al imperio otomano 28 islas de los mares Egeo y Adriático y algunos
pueblos de la costa sur de Italia.
Muchos de esos territorios se los arrebató a la República
de Venecia, cuyo Dogo acudió al Papa para que intercediera por la ayuda de
todos los reinos de la cristiandad, convocando a una cruzada contra los
musulmanes turcos. España y Portugal atendieron al llamado de Roma y unieron
sus fuerzas a las de Venecia para formar una armada cruzada, que comandó el genovés
Andrea Doria, quien ya se desempeñaba como almirante de las naves de Carlos V. Doria
y Barbarroja, como cabezas de las dos fuerzas navales más importantes del
Mediterráneo, se enfrentaron en 1538 en el Golfo de Préveza. El otomano venció
al cristiano en esa primera de muchas batallas.
La estrategia y la ingeniería mantenían a estos rivales
históricos siempre ocupados en mejorar sus equipos y formaciones. En cada
escenario, la combinación de galeras, galeotas, galeones y veleros, así como el
alcance de los cañones y el diseño de las naves, determinaban en gran medida el
desenlace del encuentro. Ninguno de estos dos grandes guerreros del mar, sino
sus sucesores: don Juan de Austria por parte de los cristianos y Alí Pashá, de
los otomanos, se enfrentarían en 1571, en la célebre batalla de Lepanto, donde
la flota de la Liga cristiana infringiría una devastadora derrota a los turcos.
Sobre estos personajes y batallas navales, te propongo
acercarte a mi más reciente novela, De estirpe guerrera, publicada por
Textofilia ediciones.
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