Mis novelas

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jueves, enero 06, 2022

PEDRO EL GRANDE

 


Un gobernante cuyo legado no deja de impresionar es el legendario Pedro I de Rusia, mejor conocido como Pedro el Grande, quien puso a su enorme reino en boca de sus contemporáneos europeos e hizo temblar tanto a los reyes del viejo continente como al Sultán turco y, desde luego, entre los nobles rusos llamados boyardos, a los más conservadores que lo consideraban un loco hiper activo.

La biografía de este grande, enorme en tamaño físico pero más en capacidades, sorprende por la forma en que él convertía cada revés en oportunidad de oro para aprender de cualquier tema y sumar tales conocimientos al objetivo principal de su vida: hacer de Rusia una potencia moderna, superior a todas las de su época.

Confinado, junto con su madre, a un exilio campestre durante la niñez, disfrutó el contacto con la naturaleza, la lejanía de las pesadas exigencias de la corte y aprendió el manejo de todo tipo de armas. Se dice que a los 10 años era capaz de disparar un cañón.

Durante ese periodo de preparación en que su media hermana, Sofía, gobernaba en nombre de Pedro y su hermano Iván, tuvo contacto con extranjeros que marcaron su ambición de saber: el holandés Franz Zimmerman, quien le enseñó a utilizar el aeródromo, por entonces tecnología de punta, y lo introdujo en conocimientos de navegación que le hicieron soñar con el mar y sus infinitas posibilidades. Tuvo en ese tiempo gran contacto con alemanes, que modernizaron tempranamente su forma de ver la vida.

Tales influencias ayudaron a alguien que había nacido con una inteligencia superior y una voluntad a prueba de todo. Así pues, cuando se presentó la coyuntura para hacerse del trono, lo consiguió con relativa facilidad, poniendo a su media hermana en un monasterio y tuvo siempre clemencia hacia Iván, cuya mente era sumamente débil.

Desde el primer momento su gobierno tuvo objetivos claros: hacer de Rusia una nación fuerte, moderna, poderosa y extensa. Para ello estaba dispuesto a echar mano de todos sus recursos materiales y el esfuerzo de cada uno de los millones de súbditos con que contaba, tanto nobles como siervos. Comenzó con emprender un viaje hacia la Europa Occidental, viajando “de incógnito” con una comparsa de solamente 250 acompañantes. Regresó a Rusia cargado de ideas: de Holanda, la posibilidad de establecer una ciudad entre marismas gracias a los diques, así como la necesidad urgente de construir una flota que le diera poderío en el mar. De Francia, los palacios que deben ser morada de aquellos a quienes Dios elige para ser monarcas. De Italia, la necesidad de rodearse de belleza y la conveniencia de tener como aliado al poder eclesiástico. Estas sutilezas echaron raíces en madera rusa, que las combinó con la manía de hacer todo a lo grande, y también con cierto salvajismo que no mataron las exquisiteces cortesanas y que ponía a Pedro al frente de ejércitos, de carpinteros y albañiles, de médicos y aún de verdugos.

El resultado: la expansión de Rusia desde el mar Báltico hasta el mar Negro; la victoria sobre suecos, turcos y polacos. Y para nuestro solaz, la fundación de una nueva capital: San Petesburgo, con los canales, puentes y palacios que todavía nos dejan con la boca abierta.

Hace algunos años tuve la oportunidad invaluable de conocer esa ciudad maravillosa. Allí uno no puede más que admirar a ese gobernante, su visión, su capacidad de trabajo y agradecerle por legar a la humanidad tanta belleza.


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