Mis novelas

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jueves, mayo 26, 2022

LA TIERRA DE NERUDA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Chile ha dado al mundo grandes plumas; es la cuna de autoras inmortales como Gabriela Mistral, María Luisa Bombal o la contemporánea Marcela Serrano. Por supuesto, no se puede hablar de autores chilenos sin detenerse, necesariamente, en el enorme poeta Pablo Neruda, cuyo verdadero nombre era Neftalí Reyes, nacido en la localidad chilena de Parral en 1904. Pero no sólo poesía escribió este vate; nos legó, en sus memorias tituladas “Confieso que he vivido”, el testimonio de una vida llena de experiencias, viajes, militancia, goces y sinsabores, publicada después de su muerte acaecida en 1973. Dicha obra constituye una delicia para el lector.

No podía faltar en esas memorias el retrato de su patria, del variado paisaje chileno que lo inspiró, como a tantos otros grandes autores. Comparto aquí este fragmento:

En Chile no hay elefantes ni camellos. Pero comprendo que resulte enigmático un país que nace en el helado Polo Sur y llega hasta los salares y desiertos donde no llueve hace un siglo. Esos desiertos tuve que recorrerlos durante años como senador electo por los habitantes de aquellas soledades, como representante de innumerables trabajadores del salitre y del cobre que nunca usaron cuello ni corbata.

Entrar en aquellas planicies, enfrenarse a aquellos arenales, es entrar en la luna. Esa especie de planeta vacío guarda la gran riqueza de mi país, pero es preciso sacar de la tierra seca y de los montes de piedra, el abono blanco y el mineral colorado. En pocos sitios del mundo la vida es tan dura y al par tan desprovista de todo halago para vivirla. Cuesta indecibles sacrificios transportar el agua, conservar una planta que dé la flor más humilde, criar un perro, un conejo, un cerdo.

Yo procedo del otro extremo de la república. Nací en tierras verdes, de grandes arboledas selváticas. Tuve una infancia de lluvia y nieve. El hecho solo de enfrentarme a aquel desierto lunar significaba un vuelco en mi existencia. Representar en el parlamento a aquellos hombres, a su aislamiento, a sus tierras titánicas, era también una difícil empresa. La tierra desnuda, sin una sola hierba, sin una gota de agua, es un secreto inmenso y huraño. Bajo los bosques, junto a los ríos, todo le habla al ser humano. El desierto, en cambio, es incomunicativo. Yo no entendía su idioma, es decir, su silencio.

En otra parte de “Confieso que he vivido”, describe, al hablar de su viaje al exilio forzoso, este paisaje:

La montaña andina tiene pasos desconocidos, utilizados antiguamente por contrabandistas, tan hostiles y difíciles que los guardias rurales no se preocupan ya de custodiarlos. […] La selva andina austral está poblada por grandes árboles apartados el uno del otro. Son gigantescos alerces y maitines, luego tepas y coníferas. Los raulíes asombran por su espesor. Me detuve a medir uno. Era del diámetro de un caballo. Por arriba no se ve el cielo. Por abajo las hojas han caído durante siglos formando una capa de humus donde se hunden los cascos de las cabalgaduras. En una marcha silenciosa cruzábamos aquella gran catedral de la salvaje naturaleza.

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Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

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