Lo primero que agradezco es
la investigación histórica de la autora, para lanzar a sus personajes a
instruirme; identificar hechos inconexos que coinciden en el tiempo mas no en
el espacio, y establecer los lazos para que la novela se despliegue entre
muchos protagonistas, siendo uno en particular, el que nos hace partícipes de
sus aventuras; Ángel, ungido tlatoani, aventurero globalizante, acaso el primer
guerrero mexicano transnacional.
El reparto está conformado
por aquellos protagonistas de primer orden en los que jamás reflexioné como
personas, ni siquiera porque todo el tiempo he transitado por avenidas
importantes o consumido productos con su nombre (avenidas Cuitláhuac y
Cuauhtémoc, cervecería así denominada, etc.), pero que guardaba en algún lugar
de la memoria como dibujos del libro de texto gratuito o ilustraciones de
calendario de Jesús Helguera, por definición estáticos, meras estampas
respetables y nada más. Seres cuyos nombres memoricé antes de un examen de
historia y enseguida mandé al archivo muerto. De pronto, Bertha les da vida y
los presenta en un “detrás de las cámaras” con existencia mundana. Nunca se me
ocurrió pensar en la inmediatez después de la caída de Tenochtitlán, cuando la
vida cotidiana siguió, bajo una “nueva normalidad”; que la mezcla se llevó a
cabo poco a poco, en las élites y en las masas, y que los vicios y virtudes de
vencedores y vencidos se fundían en el ADN de un país nuevo, que no era ni de
indios ni de europeos; que los nacidos de aquella fusión lo mismo comían
tamales y chile, que carnero y otras viandas venidas de España; que bebían
chocolate y limonada con chía al igual que vino; que intrigaban y sentían
recelos del prójimo, que mantenían sus creencias ancestrales pero asumían y
mimetizaban las que los españoles aportaron, en suma; que eran humanos. Los
“otros datos”, se cocinarían en el horno miope de los historiadores oficiales,
bidimensional y acartonado, que mi escasa preparación tomó por buenos. En
síntesis, fue para mí un descubrimiento que mucho disfruté, una respuesta al
¿qué pasó al día siguiente? No presenciamos ni el huevo de la serpiente ni lo
mejor de dos mundos; era una nación diferente, única, que veía la luz y que la
autora nos la presenta en sus primeros días, una nación de la que, no obstante,
aun hoy, algunos cuestionan su identidad.
Luego, encontrar esa
conexión genovesa, a partir de la cual trasladará la secuencia de la narración
a otro continente, apoyada en el longevo Andrea Doria, padre de la república,
me parece una audacia llevada a muy feliz término. Allá va el aventurero de la
novela, y participa en diversas batallas de las potencias navales que luchaban
por mantener o ampliar su hegemonía en aquel agitado siglo XVI.
Por si fuera poco, en esas
andanzas de Ángel, la autora logra un triple salto mortal, al fraguar su
encuentro con el joven Miguel de Cervantes, con quien termina intercambiando
cartas. No es casual y se agradece, que en él podamos encontrar muchos símbolos
de la nacionalidad mexicana.
El estilo de escritura y el
repertorio lingüístico, certero y elegante, es usado por la autora para
hacernos saborear, con mayor verosimilitud, la época y el lugar de los
acontecimientos.
Los protagonistas ficticios
se integran con destreza, gracias al oficio de Bertha, entre una multitud de
personajes históricos. El apéndice respectivo fue un gran apoyo para la
lectura.
En suma, mientras el mundo
pareció detenerse y tratábamos de darnos ánimo para sobrevivir ante la adversidad
de la pandemia, ella, fiel a su esencia de promotora cultural infatigable,
escribía, creando un ser de su propia estirpe. Muchas gracias, Bertha.
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