¿Qué
paso con Cleopatra después de aquella legendaria oferta de sí misma a los pies
de Julio César, según comentábamos la semana pasada? Lo obvio: se convirtieron
en amantes. El romano apoyó la petición de ella y respaldó su legítimo derecho
al trono, en unión de su hermanito-esposo, Ptolomeo, quien finalmente sería
abatido en una revuelta en que intentó recuperar el mando único. Con el
pretexto de proteger a su amante, Julio César permaneció algunos meses en
Egipto; Cleopatra lo llevó en una expedición por el Nilo, para mostrarle el
ancestral poderío de su imperio. Ese viaje sería fundamental para el triunviro:
de allí volvería a Roma a implantar algunas de las prácticas administrativas
recién aprendidas, y reforzaría su ambición de legar grandes construcciones y
de concentrar en su persona un poder que iría alejando a su patria de los
principios republicanos que antes defendiese.
A
la egipcia también le cambió la vida en esos meses: poco después de la partida
de Julio César daría a luz a César Ptolomeo, conocido como Cesarión, para quien
ambicionaría un doble trono: Egipto y Roma. La consecución de esa idea la llevó
a perder lo que debió haber sido su misión única: gobernar la tierra de los
faraones, manteniendo a Roma como aliado pero sin perder una sana distancia.
Cuando
aquél vástago y su madre estuvieron en condiciones de viajar, Julio César los
llamó a su lado, en Roma. Instaló a su imperial concubina en una casa en los
jardines de Trastevere, solo separada de la residencia de su esposa Calpurnia
por el río Tíber. ¿Se imaginan, amigos, el chismorreo entre las damas de
aquella capital? ¿Las groserías que habrá recibido la faraona por meterse en
terrenos ajenos? A su calidad de ser “la otra”, Cleopatra sumaba en su contra,
a los ojos de las mujeres su atractivo físico, su enorme riqueza y lo más
seductor: una charla culta, inteligente, que se expresaba a través de una voz
que se dice bellísima, modulada con cuidado. Estos defectos según las miradas
femeninas eran sus grandes cualidades a los ojos de los patricios; muchos de
ellos visitaban la residencia del Trastevere para disfrutar de la exquisita
hospitalidad de la famosa egipcia.
Se
encontraba en aquella ciudad eterna la reina de Egipto cuando el descontento y
la intriga en contra de Julio César condujeron a los senadores Bruto y Casio a
cometer el conocido crimen, la sangrienta traición en el recinto mismo del
Senado donde apuñalaron a su otrora líder. Hemos oído mucho sobre este hecho
histórico, pero quizás no nos hemos preguntado qué pasó en ese momento crítico
con Cleopatra y su hijo Cesarión, quien tenía buenas calificaciones para
ostentarse como hijo legítimo de la víctima. Obviamente, su ya débil posición
entre la sociedad romana se hacía más frágil aún. Era inminente salir de
inmediato y volver a sus dominios, desde donde podría emprender la defensa de
los derechos sucesorios de su vástago ante Octavio, el hijo adoptivo del
difunto. No relatan los historiadores cómo y quién la ayudó a llegar sana y salva
hasta Alejandría, pero ya conocerán mi versión de estos emocionantes hechos… pueden
leerla en mi novela Volver a Roma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario