Mis novelas

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jueves, febrero 10, 2022

EL INDIO CONIN

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Es curioso como el juicio de la historia a veces condena inocentes y, otras, ensalza a personajes con méritos cuestionables. Sobre esto medito cuando repaso la historia (o leyenda) del indio Conín, cacique otomí que decidió evitar el derramamiento inútil de la sangre de su tribu y se rindió ante el conquistador español, obteniendo por ello grandes privilegios.

De acuerdo con los historiadores Miguel Salinas Chávez y Graciela Cruz Hernández:

Conín, Coni o Ko-ni Tetlatollo (bautizado como Fernando de Tapia) de origen otomí y cuyo nombre significa “ruido”, nació en Nopala, jurisdicción de Jilotepec, Hidalgo, a finales del siglo XV. Era un otomí-pochteca; antes de la conquista era un próspero e influyente comerciante, y mantenía buenas relaciones con las tribus chichimecas, mexicas y otomíes, por los territorios de los hoy estados de México, Michoacán, Querétaro e Hidalgo, a quienes les vendía semillas, mantas, sal, etc. y recibía a cambio pieles de animales, plumas y cestería.

A la llegada de los ejércitos españoles el indígena Conín se encontraba en Jilotepec, en donde se enteró del avance de los conquistadores y la superioridad de sus armas, estrategias de guerra y alianzas para el sometimiento; en efecto los conquistadores llevaron a cabo una sangrienta matanza en Jilotepec de la cual Conín logró salir a tiempo con sus familiares y otros indígenas, dirigiéndose al cerro y cañadas del Sangremal, en donde fundaron un pueblo llamado Tlachco, hoy Santiago de Querétaro.

En 1528 llegaron a los alrededores de Tlachco el encomendero Hernán Pérez de Bocanegra y Juan Sánchez de Alaníz, buscando a Conín, pues conocían de su liderazgo e influencia; le pidieron una alianza para lograr la pacificación con los grupos chichimecas y otomíes. Conín, consciente de la desventaja que tenían ante los conquistadores, aceptó la alianza y habló con los jefes chichimecas Calpixtzin (lobo) y Coyotzin (coyote) que dudaron con natural desconfianza, pero Conín los convenció de evitar la masacre de los indígenas sirviendo como mediador, concertando y pactando una batalla simulada, sin armas, a cuerpo limpio entre los bandos, al amanecer del 25 de julio de 1531 en la cañada de Sangremal. Al concluir ésta, se inició la pacificación y fundación de Querétaro. Los frailes franciscanos comenzaron entonces la evangelización y conversión al cristianismo de los pueblos indígenas. Conín fue fundamental para los españoles en esa conquista pacífica que trajo grandes ventajas a los indígenas.

Desde luego el más favorecido fue él mismo, que quedó como gobernador del pueblo de indios y su hijo Diego, a quien la corona española le otorgó un cacicazgo. Diego fundó más tarde, para su hija Luisa, el convento de Santa Clara.

Y yo me pregunto y les pregunto a ustedes, amigos y amigas: ¿la memoria de quién debemos honrar, de los que dieron su vida peleando contra los conquistadores, como Cuauhtémoc y Cuitláhuac, o la de los pacifistas, como Conín, que tuvo la claridad de mente para darse cuenta de que no había nada qué hacer en contra de las armas de hierro y fuego de los invasores? 

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