Es curioso como el juicio de la historia a veces condena
inocentes y, otras, ensalza a personajes con méritos cuestionables. Sobre esto
medito cuando repaso la historia (o leyenda) del indio Conín, cacique otomí que
decidió evitar el derramamiento inútil de la sangre de su tribu y se rindió
ante el conquistador español, obteniendo por ello grandes privilegios.
De acuerdo con los historiadores Miguel Salinas Chávez y Graciela Cruz
Hernández:
Conín,
Coni o Ko-ni Tetlatollo (bautizado como Fernando de Tapia) de origen otomí y
cuyo nombre significa “ruido”, nació en Nopala, jurisdicción de Jilotepec,
Hidalgo, a finales del siglo XV. Era un otomí-pochteca; antes de la conquista
era un próspero e influyente comerciante, y mantenía buenas relaciones con las
tribus chichimecas, mexicas y otomíes, por los territorios de los hoy estados
de México, Michoacán, Querétaro e Hidalgo, a quienes les vendía semillas,
mantas, sal, etc. y recibía a cambio pieles de animales, plumas y cestería.
A
la llegada de los ejércitos españoles el indígena Conín se encontraba en
Jilotepec, en donde se enteró del avance de los conquistadores y la
superioridad de sus armas, estrategias de guerra y alianzas para el
sometimiento; en efecto los conquistadores llevaron a cabo una sangrienta
matanza en Jilotepec de la cual Conín logró salir a tiempo con sus familiares y
otros indígenas, dirigiéndose al cerro y cañadas del Sangremal, en donde fundaron
un pueblo llamado Tlachco, hoy Santiago de Querétaro.
En
1528 llegaron a los alrededores de Tlachco el encomendero Hernán Pérez de
Bocanegra y Juan Sánchez de Alaníz, buscando a Conín, pues conocían de su
liderazgo e influencia; le pidieron una alianza para lograr la pacificación con
los grupos chichimecas y otomíes. Conín, consciente de la desventaja que tenían
ante los conquistadores, aceptó la alianza y habló con los jefes chichimecas
Calpixtzin (lobo) y Coyotzin (coyote) que dudaron con natural desconfianza,
pero Conín los convenció de evitar la masacre de los indígenas sirviendo como
mediador, concertando y pactando una batalla simulada, sin armas, a cuerpo
limpio entre los bandos, al amanecer del 25 de julio de 1531 en la cañada de
Sangremal. Al concluir ésta, se inició la pacificación y fundación de
Querétaro. Los frailes franciscanos comenzaron entonces la evangelización y
conversión al cristianismo de los pueblos indígenas. Conín fue fundamental para
los españoles en esa conquista pacífica que trajo grandes ventajas a los
indígenas.
Desde
luego el más favorecido fue él mismo, que quedó como gobernador del pueblo de
indios y su hijo Diego, a quien la corona española le otorgó un cacicazgo.
Diego fundó más tarde, para su hija Luisa, el convento de Santa Clara.
Y
yo me pregunto y les pregunto a ustedes, amigos y amigas: ¿la memoria de quién
debemos honrar, de los que dieron su vida peleando contra los conquistadores,
como Cuauhtémoc y Cuitláhuac, o la de los pacifistas, como Conín, que tuvo la
claridad de mente para darse cuenta de que no había nada qué hacer en contra de
las armas de hierro y fuego de los invasores?
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