Mis novelas

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jueves, febrero 03, 2022

PEARL S. BUCK

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En 1938 recibía el Premio Nobel de Literatura una mujer, Pearl S. Buck, apenas la tercera entre la ya larga lista de varones galardonados con esta importante presea. Se trataba de una norteamericana, hija de misioneros presbiterianos, que había nacido en Hillsboro, Virginia, el 24 de junio de 1892, pero se había criado en China, a donde sus padres dirigían una misión.

Allá, la niña observadora, aprehendía con ojos de escritora el mundo oriental y lo grababa en su memoria para describirlo después, de una forma profundamente conmovedora, convertida en artículos periodísticos, pero, sobre todo, en las encantadoras novelas que le valdrían importantes premios.

La más emblemática de sus obras, La buena tierra, la hizo acreedora al Premio Pulitzer y a la medalla Howells en 1935, vendió un millón de ejemplares en su primer año y se tradujo a más de treinta idiomas.

En ella relata la historia de Wang Lung, un campesino pobre, quien con astucia y arduo trabajo se convierte en un rico terrateniente, pero también, debido a la sequía y al complicado entramado social, cae en la miseria más profunda, viéndose obligado a emigrar y mendigar junto con su familia.

Pearl penetra con gran acierto en la condición de los campesinos y su amor a la tierra. También es notable la forma en que nos acerca a la terrible condición de las mujeres chinas de aquel tiempo.

Por si no se han acercado a esta obra maestra, o para recordar el placer de su lectura, les comparto este fragmento que narra cómo la campesina O-lan, mujer de Wang Lung, da a luz a su primer hijo:

Cuando llegó el momento, no quiso a nadie a su lado. Fue un anochecer, temprano, cuando apenas se había puesto el sol. O-lan se hallaba trabajando junto a su marido. El trigo había sido cosechado; el campo, inundado y sembrado de arroz, que daba ahora fruto; las espigas aparecían maduras y pletóricas tras las lluvias estivales, tras el tibio y dorado sol otoñal. Juntos habían estado haciendo gavillas todo el día, doblados, cortándolas con unas hoces de mango corto. O-lan se inclinaba rígidamente, por la carga que llevaba, y se movía con más lentitud que Wang Lung, de manera que segaban con desigualdad: la hilera de él más avanzada que la de ella. Wang Lung se volvió a mirarla con impaciencia, y entonces la mujer se detuvo, enderezose y dejó caer la hoz. Su rostro estaba empapado en sudor, en el sudor de una agonía nueva.

--Ya ha llegado –dijo—. Voy a entrar en la casa. No vayas al cuarto hasta que yo llame. Pero tráeme un junco recién pelado y afilado, para que yo pueda separar la vida del niño de la mía.

Y atravesó los campos en dirección a la casa como si nada ocurriera. Él se la quedó mirando, y luego fue al pantano, escogió un junco verde y flexible y lo afinó con el filo de su hoz. La rápida sombra otoñal comenzó entonces a cerrar el crepúsculo, y Wang Lung, echándose la hoz al hombro, se encaminó a la casa.

Al llegar a ella encontró la cena caliente sobre la mesa, y al viejo, comiendo. ¡La mujer se había detenido a prepararles la comida! Y se dijo que una mujer así no se encontraba fácilmente.

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Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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