Mis novelas

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jueves, marzo 10, 2022

SISSI: LA EMPERATRIZ INCOMPRENDIDA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Uno de los personajes legendarios por excelencia en la historia moderna es Sissi, esposa de Francisco José, soberano del Imperio Austro-húngaro allá por los finales del siglo XIX e inicios del XX. Esta emperatriz, célebre en su época por su belleza, adorada por su esposo y por los húngaros, alejada de sus hijos y enemistada con la corte vienesa, ha sido material de estudio para historiadores, fuente de inspiración para artistas y motivo de curiosidad de todo el que se acerca a su polifacética personalidad.

Isabel, apodada Sissi por sus padres y hermanos, dueña de todo lo que una mujer pudiera soñar: belleza, talento, una fortuna inacabable, poder en más de la mitad de su mundo, un marido enamorado, hijos, obviamente miles de admiradores, no halló en nada de esto la felicidad que su espíritu atormentado deseaba.

Su historia nos recuerda a mujeres que en nuestro tiempo han sido también prisioneras de un glamour incapaz de satisfacerlas, mujeres trágicas como Diana Spencer, Cristina Onasis o Marilyn Monroe.

La chica a quien el destino haría emperatriz de media Europa, pasó su infancia en Bavaria, en el seno de una familia rica y de sangre aristócrata, pero ajena a la cotidianidad asfixiante de una corte. Compartía con su padre, Max, el amor por la naturaleza, gustaba de largos paseos a caballo, de los días de campo junto al lago durante el verano, y sobre todo, de la libertad. A los quince años se enamoró de un conde Richard, empleado de su padre. El chico murió y ella se refugió en la escritura de poemas, costumbre que no abandonaría a lo largo de su vida: vaciar la tristeza, la insatisfacción, en la poesía.

Fue una casualidad, tal como se recoge en la vieja película protagonizada por Romy Shneider, el que está casi niña se convirtiese en emperatriz; tal destino estaba planeado para su hermana, de acuerdo con las intenciones de la madre de Sissi y su prima Sofía, madre de Francisco José. Pero el joven prefirió a la hermana menor.

Como en un cuento de hadas, la quinceañera se convirtió en princesa azorada, ensoñada, admirada. Después de la fiesta de compromiso regresó a su hogar, donde comenzó el entrenamiento para su próxima condición. Desde entonces el espíritu de Sissi deseaba rebelarse. ¡Si solamente no fuese emperador!, se atrevió a exclamar, adivinando ya la pesada carga que ese título representaría en su vida.

El destino se cumplió: con un vestido casi irreal que llevaba bordada la inscripción “¡Oh Señor, qué bello sueño!”, Isabel se despidió de su hogar en Bavaria y poco después, la chiquilla llegó a la corte vienesa. Desde el inicio el rechazo entre ella y el pesado ceremonial fue recíproco y sólo unos días después de la fastuosa boda, Sissi escribió en su diario:

¡Oh, podría no haber dejado nunca el sendero

Que me habría conducido a la libertad!

¡Oh, podría no haberme jamás perdido

Sobre el boulevard de la vanidad!

Y nunca más abandonó ese camino de la vanidad; tampoco la nostalgia de la libertad perdida. Quizás como una venganza continua, una manera de vencer siempre a las otras damas de la corte, Sissi se dedicó a su belleza.

La cabellera que alcanzaba sus tobillos exigía de dos a tres horas diarias de cuidados; hacía preparar decenas de cremas y lociones para embellecer su piel, practicaba ejercicios y guardaba régimen para mantenerse esbeltísima; ordenaba a sus modistas coser los vestidos sobre su cuerpo para entallarlos perfectamente.

Tampoco la dejó el ansia de libertad, que paliaba viajando la mayor parte del tiempo, muchas veces de incógnita, para huir por completo del protocolo y las exigencias de la corte y de su condición de emperatriz. 

Pero nada de eso consiguió apaciguar su espíritu. Cada día se encerraba más en sí misma, se volvía más extraña y lejana, se amargaba y entristecía.

Padecía insomnios, tenía mal apetito, arremetía a veces sin razón contra sus allegados. El carácter de la emperatriz empeoró por el suicidio de su hijo Rodolfo, príncipe heredero del Imperio y también, quizás, del espíritu atormentado e incapaz de ser feliz de la madre. Desde entonces Sissi no abandonó el color negro más que para un par de ocasiones, como los esponsales de su hija María Valeria, su favorita, y para el cumpleaños de Francisco José.

En septiembre de 1898 un anarquista lunático consiguió acercarse a ella, mientras viajaba de incógnita, y le clavó un estilete en el corazón. Por fuera, la herida parecía insignificante pero la hemorragia era enorme al interior, el arma cortó el corazón mismo de la emperatriz. Ese corazón que sangró siempre sin que sus heridas fuesen comprendidas o evaluadas por los demás; sólo ella sabía lo mortales que fueron para la libertad, para los sueños, para la perdida y lejana felicidad. Tal vez, desde el más allá, la bella Sissi siga recitando estos versos de su inspiración:

Huyo del mundo y de todos sus placeres,

estoy bien lejos de los humanos ahora;

a sus alegrías y penas soy ajena;

y como sobre otra estrella, vago solitaria...

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Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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